Hace muchísimos años atrás vivía un hombre sabio llamado Rabí Zusha de Hanipoli que era conocido por ser un gran maestro. Cuando llegó su momento de dejar este mundo sus estudiantes se reunieron a su alrededor.
El maestro estaba llorando y sus alumnos trataron de consolarlo diciéndole: ¿Por qué lloras maestro? si alguien tiene asegurado su lugar en el paraíso eres tú, una de las personas más maravillosas del mundo.
“Les voy a decir porque lloro mis queridos alumnos”, contestó el maestro. “Si cuando llegue a las puertas del cielo me preguntan “¿por qué no fuiste como Moisés”? voy a responder con convicción “Porque no nací para ser Moisés”.
Y si me preguntan “¿por qué no hiciste todo lo que Abraham hizo?” voy a responder que no vine a este mundo con la misión de Abraham. Pero hay una pregunta que temo no poder responder “¿Por qué no fuiste Rabi Zusha?”.
Así como Rabi Zusha, todos venimos con un propósito, el cual podemos lograr siendo completamente nosotros mismos, pero en nuestro intento constante de mostrarnos como algo que no somos, nos terminamos creyendo nuestra propia mentira, olvidándonos de nuestra propia belleza y creyendo que no somos suficientemente merecedores de las cosas buenas que queremos, amor y aceptación.
Nuestra aventura en este mundo consiste en una serie de aprendizajes que nos llevan a ser quien realmente somos. A veces ese “yo mismo” se muestra en momentos de alegría y auto descubrimiento y a veces lo encontramos en momentos de desafíos y conflictos.
La escritora Brené Brown lo dice de forma maravillosa en su libro Rising Strong: “La ironía es que intentamos renegar de lo difícil en nuestra historia para parecer más perfectos o más aceptables.
Pero nuestra perfección, incluso nuestra autenticidad en realidad dependen de la capacidad para integrar todas nuestras experiencias, incluyendo las caídas”.
La Autenticidad