Perdonar no es el acto de liberar a otro, ni es una forma de decir que lo que pasó está bien.
Tampoco es necesariamente sinónimo de reconciliación, pues podemos hacerlo sin tener que restablecer una relación si decidimos que lo mejor es no hacerlo.
La decisión de perdonar sucede en el lugar interior donde tu desilusión, sufrimiento o rabia te confrontan a ti mismo.
Perdonar es algo que hacemos por y para nosotros mismos, es el proceso de retomar y sanar nuestra vida para poder seguir adelante.
¿Cómo podemos comenzar el proceso del perdón?
Primero que nada, perdónate a ti mismo si todavía no estás listo para perdonar.
Muchas veces necesitamos darnos el permiso de no hacer “lo que deberíamos hacer” para permitir que el deseo de hacerlo nazca desde adentro con más fuerza.
Comparemos el resentimiento y el perdón con la siguiente analogía:
Imagínate que eres el responsable de evitar que un recluso se escape de la cárcel y para asegurarte de que permanezca ahí, debes sentarte afuera de su celda y no perderlo de vista en ningún momento.
Deberás permanecer en la cárcel con él todo el tiempo que quieras que permanezca ahí.
Liberar al otro significa en realidad, liberarnos nosotros mismos.
Te propongo un ejercicio:
Haz una lista con todos los resentimientos que acarreas, personas y situaciones que no has querido ni podido perdonar y hace cuánto tiempo estás cargando con eso.
¿Cuál es el precio que estás pagando por retrasar el perdón en cada caso?
Perdónate para perdonar.
Perdonar no es el acto de liberar a otro, ni es una forma de decir que lo que pasó está bien.
Tampoco es necesariamente sinónimo de reconciliación, pues podemos hacerlo sin tener que restablecer una relación si decidimos que lo mejor es no hacerlo.
La decisión de perdonar sucede en el lugar interior donde tu desilusión, sufrimiento o rabia te confrontan a ti mismo.
Perdonar es algo que hacemos por y para nosotros mismos, es el proceso de retomar y sanar nuestra vida para poder seguir adelante.
¿Cómo podemos comenzar el proceso del perdón?
Primero que nada, perdónate a ti mismo si todavía no estás listo para perdonar.
Muchas veces necesitamos darnos el permiso de no hacer “lo que deberíamos hacer” para permitir que el deseo de hacerlo nazca desde adentro con más fuerza.
Comparemos el resentimiento y el perdón con la siguiente analogía:
Imagínate que eres el responsable de evitar que un recluso se escape de la cárcel y para asegurarte de que permanezca ahí, debes sentarte afuera de su celda y no perderlo de vista en ningún momento.
Deberás permanecer en la cárcel con él todo el tiempo que quieras que permanezca ahí.
Liberar al otro significa en realidad, liberarnos nosotros mismos.
Te propongo un ejercicio:
Haz una lista con todos los resentimientos que acarreas, personas y situaciones que no has querido ni podido perdonar y hace cuánto tiempo estás cargando con eso.
¿Cuál es el precio que estás pagando por retrasar el perdón en cada caso?
¿Estás listo y dispuesto a perdonar?
Escribe una respuesta en cada punto de tu lista.
Los dejo con esta frase de Nelson Mandela:
“Al salir por la puerta hacia mi libertad, supe que si no dejaba atrás toda la Ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero”.